Tan sólo hace falta la escucha de las dos primeras canciones de este tercer disco de Death Bells, "Passerby" y "Hysteria", para comprobar de que material están hechos los sueños musicales de grupo australiano que concretizan con su drama post punk la querencia a unos años, los 80, donde todo era posible.
"Between here & everywhere" funciona porque suena a todos esos grupos que amamos de esa grandiosa época. Teclados de esos que se retuercen en tecnológicos dramas de andar por casa ("Lifespring"), o miradas de refilón a The Chameleons, como encontramos en "Intruder".
"A better resolution" es un himno decadente que reparte suspiros mientras te dejas impresionar Will Canning y Remy Veselis, pura vitamina oscura para tiempos donde la luz que nos intentan vender es una calcamonía barata, puro artificio.
El post punk, en combos como Death Bells, tiene la posibilidad de perpetuarse con la dosis de tragedia suficiente como para que te dejes enganchar a la primera de cambio ("Last days"). No hay nada como esta música para los nostálgicos que vibramos cuando pasamos nuestros dedos por nuestros viejos vinilos. Interpol está ya en barbecho, demos la bienvenida a bandas como Death Bells y su corriente frenética de oscuridad.
Para el final del disco, la traca final con dos pedazos de épicos zarpazos, "Eternity street" y "Here & everywhere", dos puñaladas en rojo, dos paseos por un otoño que parece tiene miedo a venir. Death Bells, una sonrisa sarcástica, el ruido de la tristeza electrificado.
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