Vaya pedazo de disco que se han sacado da la manga los californianos Fake Fruit. Vaya manera de aunar estilos, de sonar frescos, de implosionar de muchas formas distintas a través de una travesura musical llena de encanto y que empieza con el pepinazo casi punk "See it that way".
Luego se vuelven casi post punk en la hipnótica canción que da título al disco y en "Gotta meet you" se apuntan a una no wave nerviosa, divertida y amable. Lo dicho, que aquí es difícil hallar tedio alguno. Esto una máquina perfectamente engrasada.
"Psycho" es otro pelotazo de distorsión, furiosa, contaminando su estridencia a base de bien. Pero Fake Fruit no se quieren acomodar en un sólo sitio. Por eso te regalan himnos del peso de "Cause of death", una amalgama de soberbios encontronazos de melodía que te cautiva desde el minuto uno o vaciladas del tipo de "Well song".
Una de mis preferidas "Long island iced tea" y ese aire indie que recorre toda la canción y que sin tregua te entrega a "Venetian blinds" y su constante batir de alas de espasmos que hace imposible que te quedes parado. La gema de "Mucho mistrust"se encuentra en "Ponies" y su capacidad para resumir en 4 minutos todo lo bueno del indie rock de los 90.
El sonido del saxo es todo un puntazo en "Cause of death" con un clip de esos que hay que ver sí o sí. En resumen uno de los discos más destacables de un año que corre como un galgo hacia su meta final.
No, no es descabellado lo que leí en su día en alguna revista, que bandas como The Wedding Present o Gallon Drunk tuvieron a The Nightingales como un punto de partida, como una referencia, de lo que sería su trayectoria musical.
Y la verdad es que escuchando el que fuera su primer disco, con el tema que inicia la aventura, "Blood for dirt" y "Start from scratch" con ese carraspeo de guitarras que tanto recuerdan a los Wedding, no podemos más que gozar de este amateurismo bien entendido, de esa facilidad que tenían para sumergirnos en un mar de melodías abrasivas y absorbentes.
Robert Lloyd, letrista y cantante, es el miembro fijo que a través los años ha ido comandado a un grupo cuya última producción fue en el año 2022, con el potente disco "The last laugh". Aquí, en sus primeros pasos, se notaba la urgencia de la época, el fin del punk y el empuje del post punk como recambio inmediato ("One mistake" y "The crunch" es una buena muestra de ello).
"Los ruiseñores" eran capaces de fabricar hits del tipo de "The hedonist sigh" donde van forjando las bases de la posterior evolución que iban a tener en el futuro. También los susurros del punk ya vencido se notan en temas como la decadente "It lives again".
"Make good" y su constante ruptura de ritmos, o "Don't blink" y su post punk con ganas de combate, no hace más subir nota a un disco que hay que recuperar para entender lo que estaba pasando en las islas en esos años.
Ya casi al final "Use your loaf" y "Blisters" son el perfecto remate a un primer disco soberbio, que inicio un camino muy provechoso. Combo a descubrir pues.
Hoy tenemos cita asegurada, con la gira de despedida de Gigolo Aunts. El grupo, uno de mis combos preferidos de power pop, nos dicen adiós por la puerta grande, recuperando este disco (25 años han pasado ya) que le han vuelto editar en una reedición de lujo en vinilo y sólo disponible en los conciertos.
En mi opinión quizás el disco más flojo de su carrera, pero no por eso atesora unas cuantas canciones de esas inolvidables que seguro nos podrán los pelos de punta, como "Everyone can fly", o ese comienzo repleto de energía llamado "C'mon C'mon".
Recuerdo el enganche instantáneo que tuve cuando me compré "Flippin' out" su mejor disco, uno de los trabajos de los 90 que siempre se te viene a la cabeza cuando recuerdas esa década prodigiosa que tuvimos la suerte de vivir.
"Half a chance" es otro caramelo que te hace feliz nada más que escuchas las primeras estrofas de una canción redonda. "Super ultra wicked...." es quizás la que menos gracia me haga con un tufillo hard rock que me echa para atrás desde que suenan los primeros riffs. Menos más que luego viene esa delicia pop, "Everything is wrong", y ya te tienen a sus pies.
"The big lie" también entusiasma con su energía poderosa, power pop marca de la casa, volver a sentir de nuevo ese poderoso imán de la sencillez y las cosas bien hechas. "Simple things" es delicada y especial y "Rest assured" es otro de los platos fuertes de un disco que la verdad aun no siendo de mis preferidos, tiene la suficiente pegada para engancharte a él.
"For a moment" pasa en un suspiro, y aunque "Residue" apenas nos diga nada, cuando acabas de escuchar "Minor chords.." en el día que estamos, esperas que está noche lancen sobre el escenario rayos y centellas para recuperar de nuevo viejos hálitos de juventud.
Sin duda que Derribos Arias fue una de las voces más atractivas, sugerentes, rupturistas, dentro de ese cajón desastre que fue La Movida, tan repleto de ñoñerías y también hay que decirlo, de buenas bandas como Derribos Arias, comandada por ese espíritu orate llamado Poch.
Y es que si escuchas "Europa" y ese post punk de ultratumba te das cuenta de la capacidad que tenían de romper estructuras establecidas, de navegar por indómitos mares donde la normalidad estaba prohibida. A ver quien tenía el coraje en aquella época de hacer cosas como "Crematorio" y sus ritmos rotos, mientras Poch se desgañitaba en ese fantasmal baile en que eternamente pululaba su cerebro.
"La chica de Brasil" pudiera pasar por un hit, si eso tuviera sentido con Derribos Arias, porque su música te noquea, te deja sin palabras, por esa inclinación natural que tenían a la subversión. La que titula el disco (el único que sacaron) es otra bomba sónica cargada de amoniaco y sedición, otra corriente convulsiva de radiación cargada de sugerencias.
La versión que hacen de la Velvet, de "Lonesome Cowboy Bill" ("Pobre Cowboy Bill") es brutal, y sus boutades electrónicas como "Lo que hay" casan a la perfección en el ideario de un grupo afincado siempre en los márgenes. Para el recuerdo temas como "Aprenda alemán en 7 días", y esa burrada casi punk llamada "Íntima decoración".
Irónicos en "Misiles hacia Cuba", y proyectando siempre su universo tan particular en la canción que da nombre al grupo, Derribos Arias pasó a la historia como una de las rara avis más prodigiosa, divertidas y efectiva de nuestra historia musical. Porque en La Movida, había más cosas (Decima Victima, PVP, La Broma de Satan, Polanski y el Ardor....) que la bruja avería luego fangosa fangoria.
¿Qué podemos decir de este disco de Joy Division? ¿Cuántas palabras podemos utilizar para reafirmar la verdadera magnitud de una obra eterna en su forma, en su estética, en lo que representa, de una de las bandas más grandes de la historia?
Joy Division y Ian Curtis. Y esa horca que hizo que de su cuello brotarán un millón de flores negras para que el post punk casi en pesebre se esparciera por todos los años, por todas las edades, como un asteroide a la deriva donde poder asilarnos siempre que la vida se complique, siempre que tengamos el espejo roto del baño donde antes nos mirábamos de jóvenes, ahora un objeto que día a día te va diciendo lo lejano que esta esa juventud ya mutilada.
"Unknown pleasures", año 1979. Suena "Disorder" y toda la ropa negra que tengo en el armario parece que empiece a temblar, como mis ojos que vuelven al pasado, una vez más, repartiendo motines en la mirada, cruzando historias, fechorías, excesos, deambulando por el callejón de los recuerdos, donde las ratas se comen las fotos del ayer, donde aún existen jardines acosados por la desconstrucción de los sentimientos ("Day of the lords").
Vaya manera de debutar un grupo, vaya manera de poner los andamios a un estilo que 45 años después es el que más amo, el que más me provoca una dulce alergia en la piel, latidos siempre transcendentes previos a ataques severos de nostalgia. "Candidate" y su sonido de catacumba, una banda perfectamente engrasada. Tan jóvenes, tan oscuros, tan viscerales en dar forma al persistente dominio de los pensamientos repletos de niebla.
Todos tenemos una biografía sentimental musical. Todos tenemos una jukebox en el corazón, al que ponemos monedas para no olvidar de donde venimos, los paseos que dimos de la mano del yo mismo, de nuestro doble que te susurraba al oído la incomodidad por no sentirte parte del rebaño. En esa discoteca personal, "Unknown pleasures" tiene forma de ariete contra la descomposición. Ahora escucho "Insight" y de nuevo la fiebre parece poblar mi frente, una fiebre sinónimo de vida, la fiebre que condensa la necesidad de seguir descubriendo, de seguir gozando con la Música, Musa que ofrece sus frutos para que la rueda no pare.
Post Punk. The Chameleons, The Sound, Killing Joke, The Cure, Joy Division.... Todos hermanados, todos en la misma parada de bus, con destino a ignotos lugares donde dar rienda suelta a la insatisfacción, a la rebeldía ignata de los que tenemos en las venas corceles que jamás se podrán domar ("New dawn fades").
Cuántas veces habré bailado "She's lost control", cuantas veces el espacio entre los movimientos y la quietud total se ha reducido a un vaho de expiración. Me imagino al público que asistiera a los conciertos del grupo. Hipnotizados por las contorsiones de Curtis, él tan perdido en sus sueños, con la cabeza siempre en otro sitio, con la enfermedad ya marcándole ya en el pecho la fecha de caducidad de la vida ("Shadowplay").
Sigo asombrado como después de tantas años la escucha de "Unknown pleasures" cause tanta conmoción. Y el remate con "Interzone" y "I remember nothing" no hace más que acrecentar la vigencia de un grupo, de un estilo, que escenifica la supervivencia de nuestros deseos más íntimos, de nuestra necesidad de transcendencia, lobos esteparios en páramos donde es fácil la rendición. Cosa que jamás haremos. Seguimos en negro, hacia la luz......
Pom Poko han vuelto por la puerta grande. Los noruegos, tras su potente "Cheater" (2021), siguen en su particular batalla de noise punk juguetón, como un Deerhoof con ganas de ser un grupo punk, siempre nerviosos, melódicos, divertidos y juguetones.
Así empieza este "Champion", con "Growing story" y su sonoridades traviesas o "My family" y ese pop estrujado con guitarras saltarinas. También bajan a su antojo el pistón de la arrogancia sónica para crear cosas del tipo la canción que titula el lp.
"Pile of wood" es otro juguete de esos que se rompe nada más tocarlos, música festiva sin más, para alegrarte una mañana malhumorada. Hay pequeños baches en este desenfreno algo loco como "Bell" que se queda en tierra de nadie, pero luego llega el punk de "Go" y hacemos las paces con ellos.
"Never saw it coming", es otro de los platos fuertes de un disco que se pasa veloz, con una pegada inmediata y que nos invita a verlos en directo donde seguro que temas como "Big life" suenen como una apisonadora voraz.
Cuánta falta nos hacen grupos como Still House Plants. Bandas como ésta que tienen la capacidad de no saber donde ubicarles, no encasillados en nada en particular, con una voz propia, configurando una paleta de canciones que te cautivan desde la primera vez que los escuchas.
Y es que el trio de Londres, en su tercer trabajo, desde que suena "M M M", te deja rendido ante la evidencia de que esto a lo que te enfrentas es muy grande. Y mucha culpa de ello lo tiene su cantante Jess Hickie-Kallenbach y esa voz que serpentea, que parece militar en un mundo de suspiros y sugerencias, con ecos de Buckley, con aires de jazz roto ("Part").
Y todo en medio de una calma siempre tensa, la batería (David Kennedy) y la guitarra (Finlay Clark) se reparten las papeletas de esta rifa de hermosura total. Si aun no estas dentro de la red que tejen, cuando llegues a "More boy", no tendrás más remedio que dejarles hacer, que arder sin prisa en la incontinencia de un arte que te provoca y te apacigua.
Hay retazos de slowcore congelado, hay silencios que lo dicen todo ("Probabbly"), y hay sobre toda una sensación de que cuando has terminado de oír todo el trabajo de Still House Plants, tienes la certeza de que aquí anida algo grande, que se sumerge en esa necesidad de transcender lo siempre manido, en hilar de nuevo el hilo poderoso de la transgresión ("3scr3w3").
Mientras Jess canta, el resto de la banda mira para otro lado y se deja llevar por los vaivenes vocales como vemos en "Silver grit passes thru my teeth". Luego se arman de rabia y en "Headlight" la distorsión crea fiebre y desolación.
El tema que más me penetra el alma es "No sleep deep risk", y su tristeza encubierta de hojas caídas de otoño, de sugerencias para bajar el toldo de tus párpados hasta nueva orden del sentir. Brutales. Para terminar, "More more faster" otra radiografía para la introversión total.
Desde Discos Pensados, el aplauso más absoluto a grupos como Still House Plants, que hacen que la sorpresa anide aun en la cada vez más exigente necesidad de apartar tantas malas hierbas del campo de escucha que nos rodea.
Raül Fernández, Refree, te mece desde que empieza el disco con "Les soldats perdues" con ese piano barítono, con esa sencillez lírica que hace que su escucha sea como el ruido de una caracola en tus oídos tan necesitados de cosas bellas.
Composiciones exquisitas, que se mueven al albur de la historia de este cantautor tan especial que siempre da en el clavo ("El reloj"). Aquí todo funciona bien, hasta esos aires de orquesta desgastada de "Inventario", o la calidez que desprende "Raisa".
Himnos para el día a día que se clavan en un pispas,( "Como en los días corrientes") con la guitarra como figuración principal, para dar rienda suelta a todo el arte que atesora este artista. "Padres y nones" triste y delicada, y "El hueco" sigue por esa senda, haciendo su manera lo mismo que hace Tindersticks.
Me disuelvo con "Palabras mayores" y las cosas que dice, como "El cuarto deseo" y ese aire del Mediterráneo que llena todo este prodigioso álbum. Y ya casi a final, en plan western, "Último recodo" te pone la piel de gallina una vez más. Y se acaba el disco, y no te queda más que volver a pulsar el play, porque siempre parece poco y quieres más cuando oyes a Refree.
Dos discos duró la vida de este interesante grupo australiano que nos regalaron una buenas canciones repletas de indie pop con saxos de esos que parecen regalarnos buenos augurios como nos muestran en la inicial "Minor royal march" que abre el que fuera su segundo trabajo.
Canciones como pétalos que se arriman a los sonidos de los 60 pero con arrogancia como "Eros lunch" , se pasean por un parque que también tiene sitio para arreones de guitarra ("Already in black"), o himnos para intentar espantar a la tristeza como la que titula el lp.
Chamber pop que también nos da pequeñas joyas melancólicas ("Cars for king's cross"), o turbulencias bajo cero con órganos incluidos ("Cassie Peek"). La música de The Moles suena tan efímera, tan frágil, que no me extraña que se disolvieran en el espacio.
Esos sonajeros de "Raymod, did you see the red queen?", o la confusión sónica neo folk de "Trebel metal", casi como una parodia de Guided by Voices, les daba una sensación de que todo se iba a terminar pronto.
Nos quedamos con esa bisoñez infantil, con esos sonidos extraños, que nos les colocarán en ninguna biblioteca musical reseñable del pasado, pero si nos harán pasar un buen rato.
Pedazo de banda que fueron Heliogabale. Los franceses nos dejaron para el recuerdo unos cuantos discos de noise devastador, donde puedes ver huellas desde Jesus Lizard ("Hunting"), hasta los Sonic Youth más brutales ("Albinos").
Y lo que hace que Heliogabale sean una banda tan interesante, es la inmersión melódica que tienen, sus dotes para hacer lírica desde el estruendo, desde la pasión desaforada, como vemos en "Stearin". "The squeaker" es como una versión punk de Bjork, y en "A stone can't swim" es donde mejor se mueven con sus acometidas violentas, con sus distorsiones que amenazan tormenta.
"My happy fly" es la más arisca dentro de un conjunto de canciones que son cañonazos que parecen revolverse en un seísmo avasallador, donde hay momentos para himnos esdrújulos como "Les papillons" y su rabia sin contener que te deja sin palabras.
"Les chiens" y "Few of us" ponen el punto final a un disco repleto de desgarros emocionales, de una furia sin contener, que como el resto de los discos de la banda, consiguen construir un buen artefacto para el recuerdo.
Vale, ya no queda nada de esos Ride que en los 90 nos dejaron sin palabras cuando escuchamos el disco "Going blank again" en 1992. Ya ha pasado tiempo, pero la banda de Oxford comandada por Mark Gardener, siguen haciendo buenos discos. Y este "Interplay" lo es.
Desde la radiante psicodelia pop de "Peace sing", Ride se abraza a un indie pop con guitarras siempre juguetonas, con ganas de seguir disfrutando de la música. A veces tienen un aire a New Order ("Last frontier"), otras se dejan llevar por sedosos ambientes de luces parpadeantes y distorsiones de antaño ("Light in a quiet room"), y siempre salen airosos de unas composiciones que se nota el poso experiencial de una banda con muchos años ya en sus espaldas.
Singles para bailar como "Monaco" irrumpen con contundencia en un trabajo que entra rápido, suspiros apañados con sonidos electrónicos como "I came to see the wreck", para tejer un surtido programa de lavado de sonidos siempre envolventes. "Stay free" es una suave letanía y "Last night i went somewhere to dream" tiene un pequeño tic del shoegazing de antaño por el que todos les recordamos.
Así pasamos la velada con Ride, hasta el final con "Essaouira" y "Yesterday is just a song", digno epílogo de un grupo que ha sabido sobrevivir con dignidad.
Lemonheads y Evan Dando. Evan Dando y Lemonheads. Indisolubles a través de la historia, dejaron a principio de los 90 unos discos de esos donde se conjugaba a la perfección la melodía y la urgencia indie. Y eso que los dos primeros discos, "Hate your friends" (1987) y "Creator" (1988) eran una apisonadora demoledora de distorsiones febriles punks.
A mi me empezaron a entusiasmar con "Lovey" (1990), y sobre todo con este "It's a shame about ray" donde el binomio melodía y guitarras juguetonas, desde que suena "Rockin' stroll" es un sin parar. Grabado en Australia, es exquisito el sabor de la melodía que se percibe en "Confetti", y sobre todo la que titula el lp, con ese estribillo pegajoso, con ese pop con ganas de guerrear.
Una de mis favoritas es "Rudderless", de esas tonadas que se quedan tiempo en el aire, que después de tantos años sigue siendo un caramelo de esos que no se le va el sabor con facilidad. "The turnpike down" es otro hit inmediato que da paso a "Bit part" la más gamberra y a la vez cariñosa de un lote de canciones inolvidables, que te alegran un mal día desde que las empiezas a oír. Es imposible resistirse.
Suena la fiestera "Alison 's starting to happen" y los pies no paran de moverse. "Hannah & Gabi" la casi country del lote, quizás la más floja, antecede a "Kitchen" otro pelotazo de power pop con fundamento de pegada instantánea.
Y si hay un tema por el que se recordará este disco es la versión, "Mrs. Robinson" de Simon & Garfunkel, que supera a la original con su garra y su preciosidad. En conclusión, seguimos sacando del arcón de los recuerdos discos como éste que acompañaron nuestro crecer en aquellos gloriosos 90. Un disfrute.
Quizás "Blemish" sea el disco más experimental y extraño, dentro de la formidable discografía del ex componente de Japan. Construido bajo las bases de la separación de la que fuera su mujer Ingrid Chávez, aquí la lírica habitual de Sylvian se ve sometida a un soberbio juego de ruidos, de experiencias con la electrónica (la canción que titula el disco es una buena muestra de ello).
Por "Blemish" se dejan caer tanto Fennesz como Derek Bailey. Con estos compañeros de baile es normal que el trabajo sea lo que es. Un maravilloso juego de espejos, de luces difuminadas, de sonidos como enjambres cálidos, todo ello, bajo la pedazo voz de Sylvian.
Tenue y brumosa es "The good son", y "The only daughter" es otra lluvia de melodías rotas que se mueven en un vaivén hipnótico. En "The heart knows better la guitarra de Bailey vive en una tensión efímera, como gotas de agua que se mantienen en vilo hasta la sacudida azarosa del viento.
"Late night shopping" responde a la perfección a la idea que está intrínseca en todo el disco: ir más allá, superar barreras, hacer del pop una excusa para navegar por procelosos océanos de disconformidad absoluta. Otra maravilla de David Sylvian que no hay que perderse. Caramelo de mis sabores y urgencias.
Vaya pedazo de disco de covers se ha sacado de la manga el bueno de Marc Almond. Un delirio que desde que suena "I'm the light" de Blue Cheer, no puedes dejar de alucinar con el arte que aun conserva el ex-Soft Cell.
Como no emocionarte cuando suena "Reflections of my life" del grupo de los sesenta Marmalade. Sonidos sixties con enjundia, fabricados con amor. Tomando como referencias las décadas de los 70 y 60, "I'm not anyone" es todo un festival repleto de glamour, de pop, de gospel. Y lo mejor de todo, suena como un cañón.
En "Gone with the wind (is my love)" de Gloria Jones, casi me recuerda a los momentos más alegres de Pulp. Mi versión preferida es "I talk to the wind" de los añorados King Crimson, aquí con la colaboración de Ian Anderson de Jethro Tull. Pedazo de canción. "Elusive butterfly" del cantante folk norteamericano Bob Lind es toda una alegre lindeza.
La que titula es disco, de Paul Anka, es todo un canto de confirmación personal, un grito desgarrado con un fondo de violines amansados. Hermosa. "Trouble of the world" de la cantante góspel Mahalia Jackson, pone el toque espiritual a un trabajo que acaba con "Lonely looking sky" de Neil Diamond.
En resumen, disco repleto de matices, donde los temas escogidos sirven para el lucimiento de un artista que aun tiene mucho que decir oído lo oído.