Jaye Jayle es el proyecto de folk noir, con toques minimales de Evan Patterson. Ya nos cautivó con su primer largo "House cricks and other..." (2016), y este "No trail and other onholy paths", supone otro paso más en la prometedora carrera de un músico que nos pone la carne de gallina.
Para muestras el inicio de piano de "No trail:part one" y su oscura continuación con "No trail: part two", donde las referencias a Nick Cave son más que evidentes. "Ode to Betsy" es un arranque de furia premeditado donde las guitarras galopan en una estepa de flujos melódicos, de obscenos paisajes de decadencia.
Evan introduce pinceladas de electrónica en "Accepting", para en "As soon as night", llevarnos por sendas de tenebrosos minimalismo, de locuaces pinturas donde destaca el negro como color a seguir. Folk premeditado de susurros eclécticos te encuentras en "Cemetery rain", y "Marry us" nos da paso de nuevo a un universo donde siempre es de noche.
Para acabar esta senda de tenebrosidad espeluznante, acaban con "Low again street", donde parecen unos Black Sabbath ligeros de metal, adornados con vientos que se propagan como tormenta, indóciles veteranos de contiendas de dolor y desánimo. Jaye Jayle, otro corresponsal de la noche eterna que debemos anotar en nuestra agenda de direcciones negras.....
Mudhoney siempre han sido (y serán), un valor seguro. Cuando desprescintas un disco suyo ya sabes lo que te vas a encontrar en él. Los que fueron en mi opinión los máximos exponentes del grunge, no se andan con tonterías. "Slipping away", es fiel reflejo de una carrera sin ningún tipo de bache.
Mark Arm sigue gritando como antes, y la electricidad sigue saliendo a borbotones de unos amplis acostumbrados a estar acosados por la vehemencia de una banda que no se achica ni retrocede ("I like it small").
En "What to do with the neutral" nos seducen con una especie de blues arrastrado y minimal para en "Chardonnay" arrearnos con una adrenalina de punk de esas que rompe huesos. "Vanishing point" no te da tregua y la marcha continua con temas marca de la casa como "The final course" o "Is this rubber tomb".
Con el paso de los años, Mudhoney no pierden fuelle. Tienen la maquinaria bien engrasada para regalarnos vaciladas tipo Stooges ("I'dont remember you") o estalactitas de de blues gripado como "Sing this song of Joy".
Para terminar, "Douchebags on parade", otro arsenal de electricidad envasada en contundencia que no decae, que parece germinar sin parar de un combo que lleva alegrándonos la vida de los 90. El grunge que no muerte, Mudhoney vivos y coleando.
Oyendo a Minus the Bear, siempre me viene a la cabeza esa otra banda injustamente olvidada que fue Karate. Ambas se enfrentan al concepto de rock independiente saliendo de los márgenes trillados, y ejerciendo a su manera un idioma propio, con aristas, buena instrumentación, y sobre todo pegada.
Este fue el segundo trabajo de la banda de Boston, donde desde el principio lo tienen claro, con la inicial "The game needed me". Melódicas, rock sin apretujones, ecléctico y con sentido de la oportunidad. "Memphis & 53rd" suma a lo dicho un buen conjunto de arreones guitarreros, para que la contundencia tome al asalto los minutos.
Hay teclados que no sobran ("Drilling"), y una correoso actitud de transitar por arrecifes donde predomina la actitud del grupo de colapsar estilos: unas gotas de mathrock para todos los públicos, ("The fix"), tranquilos pasajes austeros donde la electrónica prima ("El torrente"), o rock en voz baja con reflejos de distorsión siempre controlada ("Pachusa sunrise") y hasta se acercan a algo parecido al grunge en la aguerrida "Michio's death drive".
El disco discurre con espasmos guitarras ("Hooray") y efectivas catarsis de inflamación emocional ("Fullfill the dream"), que siempre aportan excusas para que el álbum transcurra en un vaivén de sonoridades que nunca cansan.
En 2014 sacaron su último largo, "Lost loves", dejando un montón de sensaciones de banda como suficientes recursos como para pararse en ella.
Un bajo, un saxo y la batería. Estos tres instrumentos bastaron a la banda de Boston liderada por el desaparecido Mark Sandman para provocarnos cuando lo escuchamos un auténtico shock, a nosotros que estamos de lleno metidos en la vorágine indie noventera.
Este su primer disco, destila toda la fuerza y la atracción que irían desarrollando en sus trabajos a posteriori. La que titula el disco es la zanahoria que nos ponen para que subamos el volumen y dejar que "The saddest song", con su melancolía expansiva nos colapse la sangre.
Y es que si hay que poner un término para designar la música de de Morphine, ese es original. "Claire" parece una dentellada de jazz de club oscuro y "Have a lucky day" uno de esos clásicos que vence el imperio del tiempo es puro swing avasallador.
Menudo primer trabajo que se sacaron de la manga los bostonianos. Imagino la cara de muchos en plena época grunge cuando pusieran el disco y oyeran cosas como "You speak my languague", pura adrenalina de rock imposible de domar, violento y total.
En temas como "You look like rain", es el saxo (Dana Colley) el máximo protagonista para en "Do not go quietly unto your grave", volver a noquearnos con sus zarpazos de medicina rítmica. "Test-tube baby/Shoot'down", otro de los puntos fuertes del disco, redunda en esa facilidad que tenían para componer estrofas de rock clandestino con retoques de jazz.
"The other side" es tenebrosa, oscura, decadente, un mohín nocturno, un espasmo que te sacude y te hace gozar y las dos partes de "I know you" (I y II), ponen el punto y final a este comienzo de material discográfico que duro hasta que la muerte de Sandman en un concierto en Roma en 1999, puso el candado definitiva a uno de los proyectos más interesantes que surgieron en esos lejanos años.
Terror. Pavor. Música con un componente espectral que llega a lo más profundo de tu ser. Esa es la impresión que se te queda con la última obra del músico alemán Marc Richter, con su proyecto Black to Comm.
Ya antes nos había dejado helado con trabajos como "Alphabet 1968" (2009) o "Black to Comm" (2014), pero esta banda sonora del horror que es "Seven horses for seven kings" va un paso más alla. Sólo tienes que penetrar en esa sinfonía de caos que es "Asphodel mansions", introducción repleta de vesanía y espeluznantes goznes, para que quedes atrapado en este laberinto que te emociona y te repele a la vez.
Utiliza el estudio para confeccionar esta auténtica misa negra que tiene en "A miracle-no mother child at your breast" con sus drones terroríficos, con su malsano hedor, la cima de un disco de esos que incomoda y atrae, que no paro de escuchar mientras arropado por una manta y cerrando los ojos imagino el averno y su fauna demoniaca.
Dark ambient para temblar. "Lethe" es minimal, breve, intensa, como un paréntesis en este recorrido por los arrabales de las noches sin alma, donde es fácil perderse por calles sin luz, donde se olfatea el crimen, la llegada de la demolición total que tiene en "Ten tons of rain in a plastic cup", son su sonido industrial y apocaliptico, la respuesta a los eclipseres del alma. Aterrador.
Para un score de visceras y crimenes sin resolver valdría "Licking the fig tree", donde el sonido de un saxo loco, se mete por las rendijas de unos teclados que viven en el filo del peligro, de la sedicción. Y si has llegado a este punto, en el intermedio del disco, y aun no has dado al stop de su equipo, ya estas perdido.
Suenan los tambores de la guerra eterna en "Fly on you" un colosal artificio de siderales proporciones, que deja a Swans como una banda de pop. En medio del torbellino y los drones, un fuego artificial de música industrial, una sabana negra en medio del huracán, ondeando viejos pesares, moviéndose al compás del asma del cielo.
La cosa parece que se tranquiliza algo con el piano de "Double happiness in temporal decoy", una nana negra que da paso a "If not, not", otro retrato de la esquizofrenia de una época generadora de traumas, con voces fantasmales de niños y un cuerno de caza clamando truenos. El fin del mundo que se acerca sin poder hacer nada al respecto.
En el tramo final, dos motivos de esperanza; "Angel Investor", melancólica, casi shoegazing, con el mellotrón dibujando una puerta en el aire donde quizás podamos vislumbrar algo de paz y sosiego, bella, hipnótica, repleta de catarsis, andanada de céfiros que buscan un guiño del sol, un puzzle a construir, y sobre todo "The courtesan Jigokudayü...." (La cortesa Jigokudayu se ve a si misma en el espejo del infierno, vaya titulo), lírica confección de algo parecido a una melodía triste, entre capas de suspiros.
Uno de los mejores trabajos de este año, estoy seguro de ello. La música como creación de peligro,de sonoridades que dejan al oyente tocado pero no hundido, música para reflexionar, para cauterizar dogmas de oscuridades interiores. Black to Comm, sin duda desde ya un nombre imprescindible.
Gran banda estos Mishima. Me gustaron desde que lo descubrí con ese portento de disco que fue "Set tota la vida" (2007), y no me he perdido ninguno de sus trabajos. Este "L'ànsia que cura" no podía empezar mejor con ese bulbo de pop inflamado que se llama "La brisa".
Oyendo a Mishima te entra buen rollo. El grupo catalán que emplea su lengua para dibujar orfebrería en lienzos de esos que perduran por el tono de su color,elaboró un conjunto potente de temas de esos que se prenden rápido en ti ("Mai mes").
Pop en mayúscula con temas tan redondos como "El corredor", o letanías para pararte el corazón en bocanadas de silencio ("El paradís). De nuevo las letras como en sus anteriores trabajos y los que vendrían después, son parte fundamental de una banda que la perdimos la pista cuando editaron "Ara i res" (2017).
Ayudados en la producción por Peter Deimel, conocido por sus trabajos con The Kills y Anna Calvi entre otros, todo el disco suena a una perenne primavera que no se acaba ("La teva buidor"). También funciona todo cuando ralentizan su luminosidad para acercarse a un folk acogedor ("Ja no tanca els ulls") o cuando se desperezan entre teclados de cielos ("Despertar amb caiguda").
El ansia que cura. El ansia para disfrutar de todo lo que nos embellece los días, los suspiros del devenir. Mi preferida, la roquera "Llepar-te", un buen collage de sonidos para seguir alegre hasta en los días regulares. Mishima. Valor seguro.
Tras "Acrobacia", (1995), los tres miembros de Surfin Bichos (con Joaquín Pascual a la cabeza y ya Fernando Alfaro impregnado de los ladridos de Chucho), todos esperabamos que su segundo disco fuese a continuar la senda de su inicio, continuando desde Albacete la saga sónica de los Surfin Bichos, pero a su manera.
"Hulapop", fue un descenso al pop, a la melodía más que a la rabia. Y esos que contiene tonadas como "Raspas de pez", que recuerda el pasado de sus componentes. Pero cuando te topas con "En un mundo tan pequeño", single de "Hulapop", sientes que Mercromina ansiaba alejarse de la sombra de la banda madre.
Me gusta "Espuma" y "Sacachorchos" porque te emocionan con pinceles de luces intermitentes, de hogares desangelados de ruidos agoreros. "Pequeña depresión", con sus teclados intrigantes y Pascual dándolo todo en su narración susurrante, es otro de los puntos álgidos del disco.
Las guitarras y el frenesí aparece en la violenta "Rayo uva", para de repente pararse todo en "Japón" con su tecnología de andar por casa. "Seca" es surfera por todos los costados y "Una tarde" reitera de nuevo la aproximación de la banda hacia pasajes nuevos a surcar.
Buen disco de un grupo que a los que siempre fuimos perro abollados, nos sentó como una bella alergia de primavera. Estornudos, ojos rojos, dolor de cabeza, dulce alboroto.
Estamos de enhorabuena. Una de mis bandas de shoegazing favoritas de todos los tiempos, está de nuevo con nosotros. Acogida en el sello de los escoces Mogwai, Rock Action, "Future ruins" tiene suficiente empaque como para descansar junto a esa otra gema que fue "Raise" (1991).
En 2015 ya tuvimos noticias de ellos con el también interesante "I wans't born to lose you", pero me quedo con este "Future ruins". Y es que no se puede empezar mejor que con esa delicadeza llamada "Mary winter"; burbujas eléctricas, bromuro y melodías que te envuelven.
Shoegazing en vena es también "The lonely crowd fades in the air", y otras vesanías son lentas como el rocío que se permite le chulería de estar intacto en el la punta de una hoja, perenne en su sabiduría de agua que no lo es, como la que titula el cd.
"Theeascending" tira de un dream pop ensoñador, y en "Drone lover" casi parece que hacen un homenaje a Teenage Fanclub. La reostia los colegas. La cosa sigue en constante ebullición cuando te cruzas por el camino con "Spiked flower" airada psicodelia eterna.
Vuelven a convertirse en un paseo nocturno con la emocional "Everybody's going...", para de nuevo tirar de power pop brumoso en "Golden remedy". La más ácida del disco, "Good times are so..." es una pedalada de distorsión solidificada y jovial. Para acabar, la extraña "Radio-silent", otra postal de invierno para impregnar la primavera.
Lo dicho, una enorme noticia, que Swervedriver estén con nosotros en este perfecto estado de forma. Shoegazing, dream pop, levedad y locura. Todo a partes iguales o mezclado en un cóctel de esos que te arrullan y te llevan.
Qué bien que suena en el tocadiscos a día de hoy, "Echo beach", el single que catapultó a la banda de Toronto como uno de los combos de new wave que mejor ha envejecido con el transcurso del tiempo. Formados en 1977, tuvieran que esperar a 1980 para sacar al mercado este "Metro music", todo un compendio de canciones de esas para estar siempre feliz.
Eran otros años, otra época. El dibujante que les hizo la portada, Peter Saville, era el mismo que se encargó de las cubiertas de Joy Division. En el mismo sello que salió este "Metro music", competían con OMD, los 80 era como un fuego de artificio que jamás se apagaba, y Martha and the Muffins, aprovecharon ese viento a favor para conquistarnos con cosas como "Paint by number heart".
Les gustaban los teclados a veces hermanados con Strangerls ("Saigon"), y la new wave elevada al cubo la tenemos presente en tonadas tipo "Indecision" o "Terminal twilight". Escuchas "Hide and seek", con sus arranques casi de post punk alegre y no puedes mas que subir el volumen y flipar con ese saxo juguetón que explota y silba.
"Monotone" es otro de los puntos fuertes de un disco que no decae en ningún momento. Otro arranque de catarsis bien entendida, la más ruda y árida del disco y que da paso a "Sinking land", como contrapunto, la más calmada, canción para un videoclip, pop artístico a disfrutar hoy en 2019.
Las dos últimas, "Revenge (Against the world)", y "Cheesies and gum", con ese sonido tan característico de la época, son otras dos andanadas de esas que se disfrutan en un periquete. Los teclados mandan, y las lentejuelas también.
El grupo para mi modo de ver, jamás superó este "Metro music". Y si bien su presencia siempre intermitente, acabó en 2010 con "Delicate", es en este disco de 1980, donde podemos ver todo el potencial de uno de los nombres más celebres de la new wave.
Alojados en la casa de Fugazi, Dischord, Medications sólo nos regalaron dos discos y un mini elepe de cinco canciones. Este "Your favorite..", es para mi gusto lo mejor de su corta discografía caracterizada por un emocore heterodoxo, de raíces indies, con melodías a raudales ("Surprise!").
Devin Ocampo y Chad Molter, son los dos protagonistas de esta aventura de efectos conmovedores y eléctricos, como la casi operística "Or at least as bad". Otras veces, "Twine time" opta por la caña sin miramientos, dorsales en el pecho de fuerza y distorsión siempre emotiva, salpimentada de una instrumentación colosal.
"This is the part we laught about" es total. Es un torpedo que empieza como una lenta agonía, un estelar ración de humo eléctrico siempre llegando al himno y al arrebato. Como la danzarina "Magazines for entertainment", rozando el art rock.
Luego nos topamos con la enigmática "Pills", para a continuación sobrecogernos de nuevo con esa ración de melodrama que ladra en "The last of the rest was the end". Cogen fuerza y saltan al vacío en "Opinions", donde si se parece a grupos del sello. Casi post hardcore, siempre eso sí, a su manera.
Para terminar este emocionante recorrido, nos ofrecen "I am the harvest", la más experimental del lote, y "Occupied", enorme manera de poner el punto y final a un disco de esos que hay que recuperar.
Se nota que el apadrinamiento que Robert Smith ha ejercido sobre la banda escocesa. Así, a vuela pluma, y tras pulsar el play y toparte con "(10 good reasons for modern drugs)", es lo primero que te viene a la cabeza con este disco de The Twilight Sad.
Me sigo quedando con sus primeros trabajos (sobre todo "Forget the night ahead" de 2009), pero he de reconocer que los que disfrutamos como locos de los 80, este trabajo nos saca una malévola sonrisa.
Teloneros de The Cure, han aprendido de los popes, han suavizado su sonido sin perder con ello fuelle ("Shooting Denis Hooper Shooting) construyendo un festival armado de sonoridades por todos añoradas y queridas. Un buen puzzle repleto de teclados y guitarras, donde la voz de James Alexander Graham resalta y sobresale.
"The arbor" me recuerda a Psychodelic Furs y "Vtr" es otra épica andanada de instrumentación que nos remite a tiempos pasados. Me gusta la tristeza que emana de "Sunday day13" y en "I'm not here (missing face)" se deja llevar quizás demasiado por una búsqueda demasiado agradable de un post punk para empezar a llenar estadios.
Pero se lo perdonamos porque aun nos dan razones para vibrar ("Auge/maschine"), siempre con un pie en el acantilado de los suspiros por crear ("Keep it all to myself"). Mi favorita, la más acerada, "Girl chewing gum"; la que menos me convence, "Videograms", con su aproximación un poco innecesaria a Depeche Mode.
Lo dicho, se disfruta, me gusta, pero esperaba algo más. Un aceptable disco donde se ve que el bueno de Smith esta buscando heredero para el reinado en la corte Oscuridad.
"Horse stories" es sin duda el mejor álbum de Dirty Three. Lejos de country oscuro de sus últimos tiempos ("Toward the low sun" 2012), las canciones que se destripan en éste su tercer disco están más cercanas al post rock que a cualquier otro estilo.
Un post rock triste de violines y de desiertos, de poso triste y a la vez violento. "1000 miles" es la que da el pistoletazo de salida a este viaje de la mano de Jim White, Mark Turner y Warren Ellis, compañero de correría de Nick Cave.
Los australianos Dirty Three saben bien meter el dedo en la llaga, sacudirnos con explosiones sónicas como "Sue's last ride", que empieza tranqui y acaba en una monumental batalla de ruido que estremece y daña. Luego, un té de sobremesa con la trágica y emocional "Hope", un vals de valles abiertos y corazones henchidos, un montón de luciérnagas al albur de la desdicha.
"I remember a time when once..." es otra concatenación de estruendos y distorsiones, de luminarias de rayos, de confeti nuclear, más parecido a Godspeed Black Your Emperor! que a los habituales pasajes sonoros que nos tiene Cave acostumbrados, el referente musical de Dirty Three.
Para subir el volumen y no bajarlo. La mejor sin embargo, es un himno a la tristeza eterna. "At the bar", instrumental (como todo "Horse stories"), una perorata de silencios y decadencia, una proclama de suspiros en amaneceres cárdenos de negritud. "Red" vuelve a las andadas de caballos descarriados, sufrientes animales que vagan entre tragos de rebelión.
El violín de Ellis nos deja sin palabras en "Warren's lament". Casi nueve minutos de cuerdas quejumbrosas, de luces que dan miedo y que son el punto de partido para el comienzo de "Horse", himno marcial, lamentaciones, sueños destartalados.
Para terminar, "I knew it would come to this", otro plan perfecto para acometer sacudidas noctámbulas, ardientes pasadizos de besos de lejía. Lo dicho, lo mejor de Dirty Three, un álbum que explota y que es un placer devastador.
Ya no tenemos entre nosotros a Pavement, pero nos queda Stephen Malkmus. Y es que oyendo el inicio con ese himno vital llamado "Cast off" parece que hubiésemos cogido un tren a toda pastilla hacia el calendario de los 90.
"Future suite" es una marcianada con ritmos entrecortados, algo psicodélica y muy juguetona y "Solid silk" acompañado por unas cuerdas que mecen una envolvente melodía, son solo la punta de lanza a este delicioso conjunto de canciones que a todos los melancólicos del indie rock de hace tanto tiempo, nos hará pasar un fantástico rato.
Malkmus y sus Jicks hacen un guiño a Wilco en "Biki lane", para en "Middle America" rompernos en mil pedazos con ese zigzag pop al que nos tenían tan bien acostumbrados Pavement. Melosa, cataplasmas de capas de insolencia indie. El torrente no para y en "Rattler" nos encontramos al Malkmus más ruidoso y divertido.
Más Pavement con "Shiggy", y en "Kite" especula con acierto en casi siete minutos de aspavientos sónicos, mejunge ácido y a la vez voraz. Hasta lo borda en la pop "Brethren", para acercarse al country acompañado de Kim Gordon en la perfecta "Refute".
Para acabar, "Difficulties/Let them eat vowels", perfecto ocaso para una delicia de álbum, que se disfruta de principio a fin de uno de los músicos culpables de nuestra afición a la buena música allá en los lejanos 90.