Le salió bien a la cantante inglesa la jugada de revisar dos discos antiguos suyos, "The sensual world" (1989) y "The red shoes" (1993). En "Director's cut" a parte de composiciones nuevas, introdujo antiguas canciones, las cuales la sacó su jugo, su energía vital, para celebración de los que la seguimos.
La que inicia el disco, "Flower of the mountain", es una revisión acertada donde la sensualidad de Bush casa con ciertos componentes étnicos. También en "Song of Solomon" nos seduce con su voz tierna, tensando arcos, almacenando cordura.
Kate Bush suena a años 80 por todos los costados. A unos años 80 donde la parte comercial del experimento cuadraba con la contundencia de una propuesta que la hacía alejarse de los hits para todo el mundo. Me gusta la guitarra de "Lily", el devaneo vocal de "Deeper understanding", la vuelta al pasado con el tema que titulo su lp, "The red shoes".
Intima y ambiental se muestra en "This woman 's work", como en la balada "Moments of pleasure", donde suena más negra que nunca, con el piano pintándola cara, ofreciendo un salmo de club de corazones tocados.
Para el final del disco encontramos "Rubberband girl", blues movidito, álgido momento de dicha y de buen feeling. Kate Bush, años 80, una voz colosal que no defrauda. Un motivo para desempolvar tus arsenales del ayer.
No hay nada como empezar el disco con la canción que titula su nuevo trabajo. Un himno de esos para canturrear sin parar, "viva el presidente, viva el gobierno, gracias a vosotros van a ser eternos", de esas estrofas que deberían escribirse en las pizarras de los colegios, en los muros de las prisiones efímeras o permanentes que constantemente nos acechan, nos limitan, nos ponen cepos en la libertad.
Una puta canción del verano. Los Punsetes al rojo vivo, mi mano alzando como señal de protesta el volumen hacia reinos ignotos. La voz de Ariadna, y su permanente inmovilidad en directo, el grupo que la acompaña ejerciendo de magos del punk pop, de la irreverencia, sacudiéndose hechizos, ladrando a los cielos que se inflaman ("Alphaville").
Si ya habían demostrado con creces su valía con sus poderosos y vibrantes discos anteriores (sobre todo con "Una montaña es una montaña"), ahora nos arrojan a la cara una colección de canciones a la cual más vibrante donde a veces superan a Los Planetas de primera época con ese rasgueo de guitarras que en "Tu puto grupo", forma una épica inigualable, una sensación de estar escuchando lo mejor que han hecho hasta la fecha. Y el listón lo habían dejado bien alto.
"Mabuse" es contundente y machacona, jauría de punk con melodías efectivas, radioactiva. "Miedo" es catarsis, espeología eléctrica, subversión, gamberrismo y movidos feedbacks. Luego viene la planetaria "Presagios de partida", y el rugido guitarrero de "La pereza que me da", pura sacudida nerviosa, cataclismo solemne.
"Camino" y "Manual", ponen la alfombra a la mejor del disco. Los siete minutos de "La estrella de la muerte" es pura energía desbocada, es un slogans que no para de sonar, un desarrollo instrumental poderoso acompañado con unas letras que son estrías. Calidez, lírica, estruendo y mucha rabia. Sí, este "¡Viva!" es para gritar a los cuatro vientos vítores, alucinación colectiva, Los Punsetes molan. Como cuando conocimos de golpe a Los Planetas....
25 años ya hace de la aparición de "Hermanos carnales". 25, se dice pronto. Tengo recuerdos de esa época, de la pequeña tienda de discos de mi barrio ya desaparecida donde me compré el vinilo. Vinilo que no paraba de escuchar en casa, encerrado en la habitación, cobijado en mis veinti pocos años, en unos años donde salí del cascarón, donde hice de los amigos, la calle y la música, el eje donde mi carácter volcánico podía desenvolverse con claridad. Los 90. Los años dorados de los que ahora nos acercamos a los 50.
Fernando Alfaro y sus bichos han elegido la fecha perfecta para este regalo. Toda la obra del grupo más un dvd con un concierto de presentación de "Hermanos carnales" junto a un interesante documental donde se cuenta la historia de la banda. Vamos, que ya son un grupo de leyenda. Quién les iba a decir a los de Albacete cuando sacaron su primera maqueta (que por supuesto también anda por aquí) "Primera cebolla sónica", el alcance y la importancia que sus canciones iban a tener.
Surfin Bichos un retazo de historia de la música interesante e independiente de este pais. Con su primer largo "La luz en tus entrañas", ya dieron el pepinazo. "El rey del pegamento", "Un perro feliz", o "Arañame con cariño", formaron al instante la banda sonora de viajes, grabaciones de campo en cintas que se rompian de tanto uso, tráfico de melodías que nos ponía ciegos de ardor, jóvenes y valientes que eramos, abolladados, como ellos. Alfaro y su toque mágico para hacer grandes canciones en compañia de unos músicos que hicieron algo que por aquel entonces aquí era impensable. Duros, guitarreros, cizañeros, también ángeles benditos con las alas quemadas de tanto arder sueños.
Esta caja-libro-disco es Pandora abierta de par en par, para gozar, para volver atras,para germinar pezuñas de no olvido. Yo me los pongo uno detras de otro. Asi se ve más de cerca su evolución. "Fotógrafo en el cielo", (1991), Joaquín Pascual, Carlos Cuevas y Jose María Ponce junto con el gurú de las oscuridades profundas, dan de nuevo en la diana; rabiosos en "Oración del desierto", hacedores de himnos, "¿Qué clase de animal eres tu?", entonando bilis de esa para entonar ebrios mientras esparcimos nuestros años por almanaques ya grises y en desuso, "Rifle de repetición". Todo aderezado con extras, epes, canciones para que digamos que sí, que tenemos todo lo de Surfin Bichos.
Luego vendría el álbum que a dado pie a este regalazo, "Hermanos carnales", (1992), un año que tengo por asuntos personales, repleto de pétalos imperecederos. Los chicos aparecen sin ropa en la portada, exhibicionista de calores internos, homenaje a "Inseparables" de Cronenberg, fabrican su mejor disco. Aquí, con la idea original de doble formato, siameses, como en la película, el derroche lírico, la ternura, el dolor, todo tiene cabida. "Mi hermano carnal" y "Fuerte" se escucharon hasta en las radio formulas.
Es su disco con mejor sonido, un bombazo repleto de rincones donde pararse a disfrutar, a envalentonarnos. Después de tantos año, no ha perdido ni un ápice su agitación, su luminosidad, radiando caprichos sonoros, estrofas que se graban mientras la luz de tus entrañas agrieta maldades.Luego "El amigo de las tormentas" (1993), donde contaron con la colaboración vocal de Isabel león, otra buena andanada de sones que dejan su eco caracola en nuestra necesidad de llenarnos de guijarros musicales, de estridencias que se evaporan en un rubor nunca demasiado serio. "Si tengo que cambiar", "Comida china y subfusiles" ,"El final de una quimera" y sobre todo la que titula el disco, vienen a confirmar la madurez de una banda que ya estaba barruntando los rayos y truenos de la separación.
Ese mismo año publicaron lo más flojo de su producción, un minielepe de versiones, donde quitando "Cielo" y "Aleluya", el resto denota cierto hastío. Al poco Fernando y sus bichos decidieron poner fin a una de las aventuras más sorprendentes y sinceras que hemos tenido por aquí. Luego vendria Mercromina, Chucho, Alfaro en solitario, y otros proyectos dulcemente abollados. Pero eso ya es otra historia.
Para este verano nos queda empaparnos con todos los temas de Surfin Bichos, volver a ellos, elevar el volumen, estrujar los discos, buscar a Manson en un torcido verso, mirarnos al espejo y notar el paso del acecho del tiempo. Las canciones perdurarán. Hacia el confin de una época sin edad. Hacia un universo donde las luces del firmamento alumbren los pasos de los que siempre fuimos perros libres necesitados de alguna caricia redentora.
Dejaron lo mejor para lo último. "Torres de electricidad" es para que el escribe, el mejor final para una banda que supo hacer del riesgo su filosofía, adaptando el krautrock al post rock, especulando con destreza, removiendo la varita mágica para sacar del aire espejismos eléctricos.
Y eso que empiezan especulando con "Don't push me". Pero rápido se ponen el mono de trabajo, la soberbia "No tropieces" es un arma cargada de intensidad, saxos al viento, y la voz de Jose Luis Garcia, repicando sustos, amasando rayos y truenos.
"El despertar" es una batidora, kraut astur, largas líneas sónicas de sonido macerado al antojo por unos músicos competentes en su trabajo, que suenan como un tiro. Y casi rallando la no wave suena "Mi dios mentira", con la bateria de Xabel Vegas como engranaje perfecto para una sintonía instrumental que te sacude, que te alarma. Visceral y triunfal.
"Anada para Celia" suena oscura, decadente, y "Por que evadirse a otros mundos aun más pequeños" es la más juguetona del disco, un voraz galimatías de rock que va y viene, de silencios que de golpe se vuelven truenos. Un himno de postrock, una canción de esas que deja huella por su soberbia expansión sideral.
En "Todo puede cambiar" nos hallamos con esas tonadas tan caracteristicas de Manta Ray, un fuego abrasivo, un lamento de lucha, ladrar al cielo, todo puede pasar. "No avant-garde (elektronik)" es ruda, asfixiante, repetitiva, vamos, un taladro de rosas. Y para terminar este viaje de alta tensión, la que titula el cd, más serena, liana que se enreda, colosal. Se fueron hace mucho Manta Ray, pero nos queda un buen montón de canciones para el recuerdo, de una banda que jamás se apuntó al carro de lo fácil.
Reconozco que la carrera en solitario del lider de Los Enemigos, nunca me ha entrado lo suficiente. Quizás porque el listón dejado por su banda es tan alto que muchos esperabamos su continuación. Con el paso del tiempo, y con este su cuarto trabajo, parece que le he cogido el punto.
Josele hace de cantor de lo sencillo, se confabula con el ripio, abanicándonos ritmos de austeridad, solemnidad de un lobo estepario ("Hagan juego", "El lobo"). En "Canción de próstata" se deja querer con esa melodía sin aspavientos, abanico fruncido a la voz, si, todo un puntazo con ese final guitarrero.
Porque de todos sus trabajos en solitario, este es el que quizás más se acerca a Los Enemigos (siempre guardando las distancias). Aquí parece que Josele esta agusto en esos zapatos de punta que nos presenta en la portada del cd. "Fractales" es tierna, maravillosa, balada que te atrapa con su sencillez.
En "Sol de invierno" hace su especial dedicatoria a sus compañeros de viaje, a los que se enrocan y dicen que si, que la línea del frente sigue estando repleta de combatientes de lo cotidiano. En "Euforia" parece un chavelín con esa voz que parece que se va a romper pero que sigue fresca como un limón.
"PAE", tira más a folk años 50, y "Ser verde" recupera una canción que cantaba la rana Gustavo en Barrio Sésamo, donde Josele se divierte en un trovador juego de luces vocales. Para acabar "El estibador" y "Sin dolor", brindis al sol, carantoñas de esas que se agradecen de un músico especial, con una voz especial, que aun tiene mucho que decir.
Hubo un tiempo en el que PJ Harvey era buena, un torrente de electricidad, una máquina de tensión que no cejaba en su intento de explotar cielos, de dotar de rabia el rock. Discos como "Dry", "To bring you my love" o "Rid of me" ( los tres mejores para el que escribe), fueron un colapso sin fin, un tratamiento de rock sin aditivos.
Luego, con el transcurso de los años llegó la excesiva calma, los paisajes lentos, la perdida de la energía, que tiene en "The hope six demolition project" el exponente máximo de esta huida hacia ninguna parte.
"The Peel sessions 1991-2004", disco que salió cuando John Peel llevaba muerto dos años, es a la vez que un homenaje al gran vaso comunicante de todo lo que bueno que se cocía por el mundo del rock, una colección de canciones donde Harvey se muestra contundente, fiera que aprieta la garganta y explota en alaridos, ("Victory" ) envalentonada con crudeza y bilis demoledora ("Oh my lover").
"Sheela-na-gig" y "Water", forman el cuarteto de canciones grabadas en 1991, y son las que demuestran a las claras todo el poderío de PJ, los tambores de guerra. Del 93, dos tracks también contundentes y rotundas, "Naked cousin" y la blues "Wang dang doole".
Otro punto potente de esta grabación son las que nacieron en 1996. "Losing ground" es un misil eléctrico, sudor y rabia; "Snake" es una excitante deflagración de ritmo loco, sincopado, pirañas en la piscina, calor de muerte. "This wicked tongue" y "Beautiful feeling", del 2000 ponen casi el epilogo a la dedicatoria de Harvey al desaparecido Peel, con la estremecedora "You come through".
Discazo pues, un envolvente divertimento, razón de más para tender nuestras redes a los trabajos primerizos de esta artista que tanto nos encandiló.
32 canciones, disco número 100 desde que en 1986 Guided by Voices iniciaron su peculiar carrera en su mundo lleno de perplejidad y canciones rotas de pocos minutos ("Forever since breakfast"). Han pasado ya tantos años.
Pero Robert Pollard y sus chicos siguen a la suyo. Tan solo pararte en la parada de bus que es la segunda canción de este doble álbum, "Generox gray", para volver a caer rendidos a esas formas tan singulares de tratar la canción, de hacerla misteriosa con su pop apabullante, indie rock de ese que no tiene fecha de caducidad, ("When we all hold..."); y nunca pierden fuelle ni fuerza, te dejan hechizado, te pones cada vez el volumen más alto, recordando lo que algún día bandas como Guided by Voices hicieron por el indie rock.
"Goodbye note" es power por vitaminado, electricidad cuidado no tocarte, con esos coros que te dejan de hielo, con esas notas a ras de los minutos para que disfrutemos de este medicamento que nos vuelve jóvenes por momentos. En este su primer disco doble de su carrera, en una banda con una productividad que ya quisieran muchos, esta el resumen de toda una carrera repleta de más altos que bajo (si como bajo ponemos la reiteración, bendita repetición).
Vaya melodía que se sacan en "We liken the sun" y el ritmo trotón de "Absent the man" es para espabilar a un muerto. También hay sitio por aquí para refriegas extrañas como "Packing the dead zone", y movidas sensaciones psicodélicas que son una pasada, "Overloaded".
Garajeros suenan en "West coast company man", y hacedores de himnos en "High five of farmers" o "Sudden fiction". El doble disco transcurre sin compasión, con regueros de luces que jamás se apagan ("It's food"), y chapuzones en los setenta ("Cheap buttons").
Pollard y sus chicos saben hacernos disfrutar, concretan su mensaje, hacen de la brevedad un dulce ocaso, un refrito de pócimas de pop y rock sin caducar para que levantemos los brazos y gritemos felicidad ("The laughing cleset").
Asi hasta 32 temas. Viva el indie rock joder, ("Deflect project") parecen que gritan cuando se quitan la cera de los años de los oídos. Todo disfrutable, todo como un sueño que no ansia el despertar ("Golden door").
Sólo le pedimos a Pollard que se ponga las pilas y que empiece el siguiente álbum. No quiero dejar de respirar sin haber escuchado el disco 200 de la banda.
No viene mal quitarse el mal sabor de boca que supuso el ultimo disco de Japandroids, "Near to the wild heart of life" (2017), con la recuperación de este disco, donde el grupo reune dos eps en un combate de noise rock aguerrido, lo que tanto he echado en falta en su trabajo de este año.
Aquí los temas avanzan como una sofocante escabechina, disfrute total de sonidos afilados que van y vienen, ("To hell with good intentions", version de Mcclusky), o retorcidas punks inclinaciones genocidas, como las vibrantes "Darkness of the edge of Gastown" y "No allegiance to the queen".
"Sexual aerosol" suena metálica, electricidad rimbombante que rebosa destreza desde los primeros auillidos, una reflexión apabullante de ruido blanco, que en "Press corps" se convierte en una convicente enumeración de sonoridades para aturdir.
"Couture suicide" es un avispero, una enconada enumeración de bombas racimos que explotan bajo tus pies, ladrillo atomico que en "Coma complacency" se convierte en un altar de imprudencias temerarias sónicas.
El duo formado por Brian King y David Prowse se cargaron de razones para que en sus primeros trabajos los tomasemos en consideración como un combo a seguir. Lástima que sus ultimas canciones adolezcan de conformismo, de continuidad, de bajada de pistón. Aquí en "No singles" no hay nada de esos. Noise rock elegante, combativo, eficaz. Buen disco.
Pedazo de banda de post rock que nos perdimos por el camino de las búsquedas, los encuentros, los años que no pasan en balde, la necesidad de seguir atado a la ilusión hallando bandas que puedan perforar nuestros sentidos.
2 by Bukowsky vienen de Grecia, y este disco con largo título fue su mejor y más acertado trabajo por su variedad, sus silencios, el caos al que te sumergen desde que se inicia la larga "Buclkle up scully..." con sus quince minutos de introspección instrumental.
En "It's time to hybernate" te sacuden con una electrónica matizada con unas guitarras que son como el aviso de una debacle anunciada, ponzoña y distorsión, nublados tiempos y cirros en formas de venganza. Me gusta el aire sinfónico de "Zagadka" y la más lograda del disco, puro Tortoise, "8 steps of the crane and the snake", es puro intimismo, ronroneo de Mogwai, suavidad concentrada en un espectral ambiente donde la banda sabe bien jugar sus bazas.
"Burn with, the sorceress" juega a la experimentación bien llevada, con el grupo en pie supurando ansias de enfatizar cielos abiertos. Acaban el disco con otra maravillosa letanía rítmica, "Solution:Saurus", una pasada de principio a fin. Llevaban desaparecidos desde el 2005 cuando sacaron el también interesante, "Yzordderek", pero en este año tenemos la fortuna de su aparición en forma de single con dos temas que esperemos que sean la antesala de un nuevo trabajo.
10 años llevaban los californianos sin contaminarnos con sus extrañezas, con sus maneras tan peculiares de descuartizar el rock mediante reconversión y las profecías sin cumplir. "Thin black duke" (homenaje al camaleón que tanto echamos de menos) es quizás el disco más accesible de su carrera, y para el servidor el mejor de todos ellos.
A la cabeza de la banda, Eugene S. Robinson con una supervoz de esas que deja huella, que acuchilla. Y si a esto acompañamos unas composiciones que por momentos nos trae a Buckley, ("Cold & well-lit place) y otras se esfuerza en un raro slowcore con cadencias imperturbable, ("Ecce hommo"), no queda duda que si, que estamos ante una gran banda.
Oxbow, amigos de correrías de Jesus Lizard y Swans, en "Thin black duke" han concentrado su veneno, lo ha condimentado con especias de rock atemporal y rutilante como ese estallido que es "A gentlemen's gentlemen", trayendo por la puerta de atrás a Faith no More, ("Letter of note" o "Host"), o confeccionando salmos a lo Nick Cave en "The upper".
Mi preferida, por su eficacia y rapidez para abordarte es "Other people" donde los vientos se dejan llevar ligeros por la senda de la especulación, donde hacen un himno del aire para gozar con esa manera tan particular que tiene Oxbow de picar en este o aquel género para retozar con gracia en un mar de alegría.
Para acabar "The finished line" otra oleada de sensaciones ardientes, un inicio arrolador y total, una voz que lo ocupa todo, que te lleva desde el desasosiego a prados donde pacer con tu musa preferida, a robar los tesoros perdidos de algún mar imaginado. Oxbow, una de esas apuestas que hacen que aun podamos ser optimista cuando hablamos de grupos que nos pueden emocionar.
No, que nadie espera cuando escuche "Reday to die" que este disco se pueda acercar a los tres primeros trabajos de Stooges. Esto es otra cosa. Con Ron Ashton fallecido en el 2009, tampoco podemos esperar a estar alturas que el viejo Iggy se rasgue el pecho con una cuchilla. "Ready to die", como continuación al también aceptable "The Weirdness" (2007), es un disco pasable, con buenas canciones que no descubren nada, pero que si ponen a nuestra iguana preferida en la diana como artista siempre a seguir.
Con Scott Asheton y Mike Watt como principales escuderos del Iggy (bajista y guitarra), el cd rezuma por todos los poros rock sin afrodisiacos, alergia guitarrera, canciones que como la inicial "Burn", se defienden solas. "Sex and money" con saxos incluidos le da un aire vacilón y en "Job" se vuelve un poco glam.
"Gun" es contundente, y "Unfriendly world" juega al despiste, parece uno de esos temas tranquis de Iggy que nos metía en sus discos para que no nos confundieramos, para confirmar que sigue en la brecha. No, por supuesto que no mejora ninguno de sus tres primeros discos, simplemente reactiva el componente Iggy, le pone de nuevo en la carretera de la que nunca se fue.
Una de mis favoritas es la soul "Dd's" que se ve acompaña en "Dirty deal" por un buen montón de urgencia rock. Y cuando para la sacudida, cuando te hace estremecer, como en "Beat that guy", sientes que si, que Iggy sigue siendo el mismo barriobajero que penetró en nuestros corazones sin preguntar si quiera si había sitio en nuestro hogar. Grande.
Si, este cd no pasará a la historia, pero como siempre, es todo un flipe degustar los mismos venenos que Iggy y sus remozados Stooges. Es cuestión de tirar las cartas y desear que no todas estén marcadas. Buen disco.
Swan Lake fue un grupo canadiense formado por músicos de bandas importantes. Comandados por Dan Bejar de Destroyer, por aquí también hay gente de Wolf Parade, de The New Pornographers, o Frog Eyes. ¿Qué se puede esperar de tamaña conjunción? Pues un cuento de indie rock bien trenzado, donde predomina el pop difícil, la experimentación y los arreones siempre comedidos de electricidad.
Un disco largo que se disfruta a borbotones desde la inicial "Window's walk" o la extraña y estrafalaria "City calls". Aquí hay tiempo para todo, para retoques de psicodelia cantados al albur del canto mañanero del gallo ("A venue called Rubella", "All fires"), extravagancias casi de world music ("The partisan but he's got to know"), o reflexiones en voz baja donde Bejar parece más Destroyer que nunca ("The freedom").
La verdad es que "Beast moans" es un disco altamente disfrutable, un rubor que incita al silbido, a la expansión de los corazones con soflamas jamas incendiarias, sacudidas de latidos de pop que como en "The pollenated girls", esparcen cadencias de demolición rítmica, sonando a retazos rotos, tejido de color impulsivo.
"Blue bird" recuerda con bastante atino a Mercury Rev de primera época, para con "Pleasure vessels", seguir envolviendo las melodías con celofán, extrayendo el jugo del misterio en dosis siempre celebradas de cordura.
Para terminar, "Are you swimming in her pools?", delicada y subida de tono y "Shooting rockets", perfecto fin para un supergrupo que supo sacar de cada de uno de sus componentes la medida necesaria para confeccionar un extraño e interesante disco.