Si caemos en su día rendidos ante Tinariwen, aquí tenemos al guitarrista Omara Moctar, alias Bombino, para traernos de nuevo el blues del desierto, a lomos de una camello eléctrico que nos regala las arenas de Niger, los postulados de la tradición, la mímica de lo ancestro.
El empiece no puede ser mejor con "Akhar zaman", con la divertida y vacilona "Iwanaragah", donde se constata que Omara tiene las cosas tan claras como cuando le escuchamos en su también bravo "Nomad". En esta ocasión, Bombino decidió trasladarse a Woodstock para darle forma a "Azel", y la verdad es que la jugada le salió redonda.
Los temas son una condesación de efluvios guitarreros, donde como en "Inar" puedes disfrutar de la travesía sónica y de placer con su minimal ritmillo trotón que da paso a "Tamiditine tarhanam", mi favorita, veloz, estridente y fiestera; te puedes imaginar a los hombres de azúl modelando bajo una tienda sus proclamas como pueblo, catarsis colectiva entregada al exceso y la recuperación, mientras las palmas y los chillidos de las mujeres copan el cielo de rubores y sensualidad.
Bombino hace en este su último largo acopio de su destreza para juntar en sus diez temas a Peter Tosh y a Jimmy Hendrix. Sin sonrojo, sin caer en lo ridículo. Todo suena en su sitio. Como el reggae burlón de "Timtar", o como "Iyat ninhay/jaguar", con el desierto de nuevo poblando lo que tu mente puede crear cuando cierras los ojos y te dejas llevar por la reflexión de sus cuerdas, por el volcán dinamizador que todo lo cubre.
"Igmayagh" escenifica la perfecta síntesis, el mestizaje del blues con la tierra, Africa que suda y grita para de nuevo en "Timidiwa", sentir la rapidez de la tormenta, los colosales amaños del viento para provocarte visiones, para sentir en tu piel lo que está música transmite.
Extraordinario quinto disco de un artista que va para arriba, que tiene aun mucho que decir, que nos trae la verdadera música del mundo, esa que está libre de las chuchería de los medios, del circuito de los memos que cada vez más todo lo inundan.