Aquí el mejor disco del año, aquí la vuelta discográfica de The Cure después de 16 años, aquí Robert Smith y sus hermanos de correrías ejecutando con destreza una danza oscura de canciones tristes, de temas que desde ya son parte nuestra vida, de los que les seguimos después tantos años, los que nos perdíamos con calor en "Desintegration", los que nos poníamos "Kiss me kiss me" para dibujarnos sonrisas (a veces hasta cuando no había ni ganas) en nuestros rostros jóvenes.
Y es que empezar un disco después de tanto tiempo con "Alone" es como para sobrecogerte nostalgia, para prenderte de algún recuerdo de esos que atesoras en lo más intimo de tu ser, para sacar a pasear quienes éramos, como éramos, la fuerza de la juventud que palpitaba entre ese deseo brutal de inconformismo hasta en el respirar.
16 años, parece mentira. Y van y sacan una obra maestra. Y van te hacen llorar con "And nothing is forever" que como el inicio de "Alone", nos va guiando por un camino instrumental repleto de lirismo, de jardines abandonados al azar, para que la voz de Robert teja como siempre esa telaraña donde vivimos a gusto en tiempos de frio eterno, donde el hielo puebla las condenadas miradas que parecen desear colores aun por crear.
"A fragile thing" es otra bella expresión para reafirmar la capacidad de The Cure para llevarnos a estado perfectos de conciencia del sentir. La guitarra de Reeves Gabrels y el bajo del eterno Simon Gallup acompañan al rey de los cuervos tiernos para que temas como la poderosa y aguerrida "Warsong" sean como la configuración de una danza espectral con caricias de eternidad. Y es que ya llegados a la mitad el disco, notas como si las arrugas ya perennes de la edad te dieran una tregua, esforzándose en parecerse a pequeñas olas con un alto poder reparador.
"Drone:nodrone" es casi industrial, guitarrera con teclados que son ámbar en una coctelera donde caben todas las esencias de The Cure, toda esa capacidad para hacer hits sin esfuerzo, y que da paso a otra de las gemas que tiene este portentoso disco, "I can never say goodbye", dedicada a la memoria del hermano fallecido de Robert, un canto lúgubre y melancólico, una letanía cubierta de musgo, del granito de los cementerios, de las nubes que se posan en los cipreses, como zapatillas de ballet invertidas, como rosas en un bote de formol con el rojo de la vida, de la sangre, como elementos recordatorios que el vivir consiste en eso, en no olvidar jamás a los que amamos.
En "All i ever am", es Simon Gallup quien destapa el tarro de las esencias, llevando con su batuta la sincronización perfecta, un bálsamo de post punk compuesto por movimientos perpetuos de felicidad. Felicidad al escuchar joyas ya imperecederas, al saber que la vuelta de The Cure es la mejor noticia para terminar un año.
Para terminar, "Endsong", el epílogo perfecto de estas canciones de un mundo perdido, la reflexión final, la tormenta que alimenta el alma. Dicen (ojala) que ya tiene Robert casi preparado el disco que seguirá a este. Dicen que en 2029, cuando la edad sea 70 años, The Cure se disolverá en el aire como sus canciones. No vayamos tan rápido. Disfrutemos de este maná que nos envuelve, de este brevaje que nos da tanta dicha, de estas canciones que no puedes dejar de pulsar el play, de llenarte de su magia, de su eterno papel de música para impregnarlo todo de hechizo. Nosotros, ya estamos viviendo en este universo sacro, de melodías condenadas a durar siempre. Larga vida a The Cure.
3 comentarios:
Ya te he dicho todo amigo acerca de esta Obra Maestra. Gran reseña, como siempre. Un abrazo enorme
Estamos de enhorabuena querido Gus. Este disco es como una caída imparable de estrellas. Abrazos!!!!!!1
Y qué diferente la actitud artística de los grandes de verdad y la de grupos, como Fontaines DC, en busca de likes y visualizaciones en Youtube. Menos mal que nos quedan los viejitos. Discazo.
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