Nadie ha podido todavía quitar a Paperhouse con este "Adiós", el trono a la mejor banda de slowcore que hemos tenido por estos lares. El grupo del Nacho Umbert, asilados en el imprescindible sello Acuarela, nos regaló un montón de motivos para hacerles hueco en nuestra discografía junto a Codeine, Seam y otros amanuenses de lo lento.
"El soldado", con sus siete minutos de sueño en penumbra, con sus guitarras que lloran mientras Nacho nos seduce con su antología de palabras que voltean silencios, es el inicio de este "Adiós", repleto de aristas envolventes, de luces de neón basalto.
A veces, parece que estemos en un mundo donde Umbert ha quedado con Antonio Luque para hablar sobre sueños de juguetes, aerosoles de ternura ("Gato de pandora"). "Adiós" (único disco de Paperhouse, luego vendría años después la interesante carrera en solitario de Nacho Umbert), es un compendio de vitalidad cristalina junto a unas letras desbocadas que viven de costumbrismos y rarezas, como la fantástica "Ali Baba" y su continuación en ".... y los cuarenta ladrones".
Te hechizan con la picardía pop de "Doble cuerpo", para en "Capitán soledad", navegar en un estanque de guitarras mecedoras, de susurros que explotan en una calma que sabes que nunca se va a romper.
Toca emocionarse a raudales con "Las estrellas también son grandes", pura proeza de instrumentación crisálida, para en "Azul mar", volver a un slowcore concreto y de bajos latidos. Para terminar "Pesadilla en navidad", líquida, febril y comatosa. Un gusto que se queda y no se va. Toca pues recuperar a Paperhouse. Un homenaje merecido a las cosas bien hechas.
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