sábado, 17 de septiembre de 2016

SYLVIAN CHAUVEAU. "Nocturne impalpable" (2001)


Suena "Blanc", la primera canción de este emocionante segundo disco de este compositor francés, y parece que si cierro los ojos estoy escuchando a Satie, con andanadas de mínimalismo, lírica fabricada al por mayor para poder gozar de la paz de la música tranquila.

Multinstrumentista que lleva desde finales de los 90 sacando gemas para deleitarse, "Nocturne impalpable" es un dulce galimatías de sombras que son amenazas de vientos, ("Radiophonie nº 1"), o romanticismo adornado con flores que nunca se caen de su ramaje primario, ("Doucement, le grain de sa peau").

Chauveau sabe como llenarnos de silencios, como trabajar sus armas mediante el piano, la electrónica mínima y la soberbia captación de nuestra calma mediante esta radiante exposición de ondas musicales elaboradas para nuestra salud interior.

Después de comer, te sientas, pones "Ocre", llamas al otoño, cierras los párpados, y las teclas del piano parecen que fabrican sabanas al por mayor para nuestro necesario descanso interno. Sylvian también sabe construir expositores de arte móvil como "Radiophonie nº2", donde juega con las voces, y con la tecnología sin pasarse demasiado.

Clásico en "Adieu Miséricorde", abrasivo de cariño en "Léger", o compositor de rayos de luces que nunca son amenazas, como en "Le monde intérieur", el disco se desliza con parsimonia, con voluntad de sosiego, arengando la paz de los ojos que ya no se acuerdan la última vez que se vieron llorar.

Mis preferidas, "Je me suis bâti sur une colonne absente", muy en la onda de Yann Tiersen, y los nueve minutos finales de "Nocturne urbain". Todo un disco pues de clásico moderno. Para gozar, para sentir, para volar.


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