Se nos ha ido Tía Carmen. El invisible virus asesino que transita entre nosotros, el que tiene nombre de corona (siempre la puta realeza dando guerra), se la llevó en pocos días. Con su marcha también se ha ido parte de mi ayer, de ese mapa donde la infancia dibujaba los mejores trazos de una pintura irrepetible, inigualable.
Vacaciones de verano en su casa. Todos los años de 2 a tres meses, creciendo a ramalazos de bosques y pajarillos, de excursiones en bicicletas, de balones que siempre entraban en la canasta, aunque fuera por abajo. Ella se fue, como se marchó mi tío dejando la casa en silencio, el jardin vencido por las malas hierbas, con el fantasma del chopo apareciendo en sueños, mostrando sus ramas que como sombreros nos protegía de los calores estivales.
Adiós Tía Carmen, adiós desde el confinamiento, desde el miedo por no saber que pasará conmigo, con mis queridos y necesarios amigos, con los indispensables miembros de la familia que durante muchos años formamos parte de un calendario que siempre nos traía alegría, gamusinos enjaulados en noches nunca demasiado oscuras para nosotros, pertenecientes a la estirpe de la inocencia perpetua.
Se van difuminando los actores de una época que parece que quiere nublarse de nuestra vida. La vida te da puñaladas viles que te conmocionan y te asolan, ahora más que nunca; en este apocalipsis que nos ha tocado vivir sólo nos falta la aparición de zombies en la calle para que algún director en el futuro pueda llevar a cabo este proyecto tenebroso.
Adiós Tía Carmen. Es todo tan triste que mi querida madre, con la que compartías desde el confín de los tiempos llamadas diarias, y vivencias en común, ha tenido que velarte en silencio encerrada en la clausura de su casa. Ni siquiera hemos podido aliviarla con un beso. Ahora los besos son como la bomba de Hiroshima. Hoy la he visto, con los ojos llorosos, a tres metros de distancia, por si las moscas, por si ese maldito virus que dice que tienen que estar a 2 metros de distancia para no llegar a su hogar receptor, se le ocurre alguna perversa ocurrencia de jugar a un diabólico atletismo.
Me está costando horrores recuperarme de este hachazo. No tengo ganas de escribir, ni de escuchar música, ni de leer, ni de ver cine, aficiones que en el enclaustramiento son la boya que abrazo para no pensar demasiado.
Por cierto, Chokebore es un grupazo. De los que no tuvieran demasiada suerte en los 90 por la cantidad de bandas que coexistían en un mismo periodo de tiempo. Slowcore, noise rock melódico, una maravilla. Este fue su mejor disco. Y hasta aquí llega la crítica de su lp. No es el quizás el momento de explayarme más, ahora no toca.
Adiós Tía Carmen. Adiós a los bocatas de chorizo que volaban hasta la autopista, adiós a tus paseos para comprobar que hacíamos la siesta, adiós al mercadillo, adiós a las noches que mientras dormíamos te pasabas charlando con mi madre pensando en la comida del día siguiente o en los chismes que toda familia atesora en su existencia. La pesadilla continua, sin saber cuando desaparecerá.....
5 comentarios:
Joder, cómo lo sienro, Carlos.
Un fuerte abrazo y mucha fuerza.
"Siento", perdona.
Gracias amigo, no podemosas que seguir. Saludos
Ánimo
Sí,a seguir luchando
¡Carlos, no sabes cómo lo siento! ¡Y cómo lo siento también por Alfonso! Esto se ha convertido en un mal sueño. Menos mal que nos queda la música y tu blog. Pronto te llamo.
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