Con este estruendoso disco pusieron fin a su carrera una de las bandas que ha sabido con más atino perforarnos los oídos con su space rock, con su psicodelia de los años 70, como una turbina de avión de esas que no para aunque el motor se detenga.
Para muestra un botón. La inicial "Dogwood rust". Larga y compleja, donde los dos guitarras, Ethan Miller y Ben Chasny, parece que están combatiendo entre ellos para ver quien es el más salvaje de ambos. Pedazo de sonido. Entre Blue Cheer y Hawkind. Un pepinazo de esos que no se olvida.
Ethan Miller, lider y cantante, es el que lleva la batuta, el que organiza este sin dios que tiene puesta la vista en la escena más ruidosa de los 70, donde los ácidos eras como papillas redentoras, donde las melenas ondeaban devastación.
En "Jaybird" se escoran hacia un blues deforme, atomizado de lisergia y grandes andanadas de feedback, todo un aullido rabioso. Los brutos también tienen su corazoncito. Así se explica goces sonoros como la balada hard "Lucifer's memory", con su amplia gama de siseos tranquis.
Y oyendo "The shallow's eye" parece que estuviesemos asistiendo a un jam incendiaria donde la banda al completo parece una panda de orates ensimismados compitiendo para saber quien está más rallado. Puro festival del caos. "Holy teeth" más corta del disco con sus dos discretos minutos, parece una versión esquizofrénica de Mudhoney y "Sour smoke", mi favorita, donde el ritmo es el eje principal, donde el groove viene y va colapsando siderales mares inmaculados.
Una pena que no siguieran. Quedan sus cuatro discos imprescindibles para los amantes de las detonaciones psicodélicas.
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