Un pasito al lado del rock independiente, otro al lado de los medio comerciales. Así se movían Bill Corgan y sus chicos en medio de la explosión que supuso la bomba de Nirvana y todo lo que giró alrededor. La verdad es que después de tanto tiempo, y viendo el disco y la banda con perspectiva de hoy, no podemos más que afirmar que fueron grandes y que sus discos (sobre todo los primeros) guardan todos ellos muy buenas canciones.
Lo suyo era aunar estilo sin sonrojarse, hacer hits de rock potente como la inicial "Cherub rock" uno de los puntales de "Siamese dream", rozar casi el metal con "Quiet", o confeccionar himnos de indie rock de esos que grabamos en cintas de la época, que vimos un mogollón de veces en la MTV, y que aun sabiendo que lo nuestro era lo que se movía en los márgenes de la escena indie, Smashing Pumpkins nos gustaban.
"Hummer" suena casi progresivo, hippismo entre guitarras que rozan la histeria bien entendida y "Rocket" es una ametralladora de distorsión en medio de esa voz de marciano que tenía Corgan. Y si en esa juventud de los 20 años teníamos momentos bajos, nos dejábamos arrullar con "Disarm". Todo el día no podían sonar los Swans, debíamos bajar algo los pistones.
Así eran los Smashing Pumpkins, arreando guitarrazos a diestro y siniestro ("Geek USA"), o cosiendo baladas de esas para cunar a un bebe futuro rockero ("Mayonaise"). Los casi nueve minutos de "Silverfuck" sirven como coartada perfecta para degustar la amplitud de miras de una banda que se supo mantener en buen tono una larga temporada de su existencia.
Terminan con "Luna" y nos dejarán el señuelo para disfrutar más tarde del que fuera su mejor trabajo, "Mellon collie and the infinite sadness". Un buen recuerdo pues, traer de nuevo entre nosotros a los Pumpkins.
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