Vaya gozada. En en año 2003, a la pianista norteamericana se la concedió una beca Guggenheim y con esmero y cariño realizó este trabajo, dedicado a la mitologia griega, cogiendo como referencia el libro de Ovidio. Mi primer encuentro musical con esta grandiosa cantante no ha podido ser más emocional.
El empiece extraño de "The Moon" que va dando forma a un tema repleto de jazz, con la batería que marca los tiempos, baluarte de la especulación. Aquí las deidades griegas campan a sus anchas, en "Morpheus" es un saxo quien lleva la batuta mientras el piano pela naranjas de dichas.
"Pygmalion" es una dulce balada de blues doliente, de esas que se enroscan en las siestas del sentir. Una de las que más me ha llegado es "Hunger" con ese inicio ronroneante de Patricia, entrando desde el principio del tema a deguello y la banda, su cuarteto, ejecutando a la perfección una danza báquica de dicha y destemplanza.
También "Icarus" (dedicada a Nina Simone) es objeto de lucimiento de Neal Alger a la guitarra, removiendo aires contra soles matarifes, volando sin medio a la caída, torrente de luz que no se apaga jamás. Y mientras, Patricia, dando voz a la Grecia mítica, sobornando nuestros minutos con calenturas de magia indomable.
Y como no caer rendido en "Orpheus/Sonnet" a ese punteo desgarrador de Alger, que da paso a un grito nocturno en "Persephone", música para clubs de corazones enrabietados, una pizca de soul y conmoción sideral.
La cosa coje ritmo con la funkie "Whiteworld/Oedipus", donde el bajista Michel Arnopol se une a la fiesta con una magnifica irreverencia hacia los canones y donde el bateria Eric Montzka acaba el tema a lo grande, él solo, desplegando una alta capacidad de virtuosismo.
Hasta en "Phaeton" encontramos una conversación en plan hip hop, pura detonación para los sentidos. En conclusión, los dioses del Olimpo se lo deben de estar pasando pipa escuchando este manjar para los escrutadores de razones para soñar. Jazz vivo.
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