Estamos de enhorabuena. Los sevillanos están de nuevo entre nosotros. Después de dos enormes discos que ya aparecieron por aquí ("Perro amor" (2103) y "Solo" (2016)), "La industria de los sentidos", el más arriesgado de este trío de indispensables, viene como lluvia ácida fina que nos cubre y nos anega.
Y es que Lobison nunca han sonado más oscuros que ahora. "La Ira" es el comienzo, un interludio donde Juamba d'Estroso sigue con esa vozarrón en algún lugar recóndito entre Patxi Andion y Nick Cave, escupiendo post punk entre otros líquidos abrasadores.
Le acompañan Santi García al bajo y Jaime Neria a la batería. Aquí tenemos de todo; extraño blues electrificado y extremo en "Ansia brutal", melodías que nos recuerdan la lírica estrangulada de "Solo", como en la impactante "Desde la casi nada", o rubores atenuantes de sudor y desgarro en forma de vaho venenoso ("Placer y miedo").
Cada vez Lobison suenan más australiano. Este lobo ha emigrado y ahora se ha hecho colega de dingos solitarios de gritos y conmoción. Kim Salmon y Cave, los grandes espacios del corazón tomados a la fuerza por mil versos, la sensación de aislamiento en temas como "Ángel apátrida" que no da concesiones a lo fácil, que repta entre alambiques de guitarra hacia alguna parte desconocida.
"Decadentes" es puro blues desnudo y desabrido que da la voz a "De vueltas", otro salmo libre de ataduras, polvo en el camino para que te emociones sin paracaidas. Para terminar, mi favorita, "Hermanos 21.10.70'S", un himno en toda regla decadente y visceral, de esas canciones que Lobison ejecuta para que no se te vaya de la retina de tus oídos durante tiempo.
Lobison sigue en estado de gracia, continuan con su sonido particular; no seguir ningún camino de los grupos de por aquí que todos conocemos. Lobison en plena salud y vitalidad, a lomos de algún rayo salvífico llevando la voz de las arterias a confines de nocturnidad.
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