Podemos decir que con seis discos, Touché Amoré se erigen en lo más alto de los grupos de post hardcore. Paso a paso han ido edificando un discurso bajo la poderosa voz de Jeremy Bolt, donde el drama y la distorsión se acompaña de un componente lírico que les hace ser único en su estilo, como muestra la inicial "Nobody".
Hay veces que se dejan llevar por la rapidez y la contienda, como nos muestran en "Disasters", un aspaviento punk, para volver de nuevo con "Hal Ashby" a la senda de las melodías con volcán en las guitarras. Hasta inclinaciones casi de post rock como "Force of habit" funcionan desde el primer minuto de escucha por su elocuencia devastadora.
"Mezzanine" es otro de los platos fuertes de un trabajo donde Touché Amoré muestra a las claras que lo aparecido en sus anteriores discos no es casualidad, que lo suyo va en serio. En "Altitude", la rabia es un conglomerado de tristezas que se agrupan con afán en un discurso repleto de tensiones siempre desbocadas.
"Finalist" y el final con ""Goodbye por now" con aparición vocal de Julian Baker, pone el fin a un trabajo de recorrido lento pero con pegada contundente. Soberbios. En enero vendrán de gira por aquí. No hay que perdérselos.
The Names fue la respuesta que vino desde Bélgica para apuntarse a ese post punk que estaba explosionando en las islas de la mano de Joy Division, Magazine, PIL, y otros fustigadores de un estilo que marcó para ser eterno.
"Swimming" está repleto de un lirismo avasallador, de una melancolía que desde que empiezan a sonar las dos primeras canciones del álbum, "Discovery" y "Floating world", te hacen sumergir en una bacanal de teclados que flotan, de sonidos que te hechizan.
Quizás la referencia principal cuando los escuchamos sea Magazine. El peso de los teclados, la voz de su líder Michel Sordinia ("The fire"), todo edifica un mapa repleto de lugares comunes para el goce perpetuo. Oscuros y nihilistas ("Life by the sea"), el sello Factory se fijó en ellos y les grabó en Manchester. "Nightshift", es otro de los puntales de los que seria este magnifico disco, sacado eso si por el sello Les Disques du Crepuscule.
Como no rendirse antes temas como "(This is) harmony" donde la oscuridad era el sitio en común donde tantos edificaban un lugar en para volar sin miedo a caerse. "Shangai gesture" tiene un punto exótico que les va de maravilla para en "Leave her to heaven" robarnos el alma con minutos de barroquismo excelso.
Si me tengo que quedar con una canción, quizás sea "Light" y su distorsión repleta de veneno. Una delicia. Los siguientes trabajos del grupo (dejando de lado un par de recopilaciones), nos llevan a 2009, con "Monsters next door" y a 2017 con el interesante "Stranger than you", otras dos colecciones de canciones para disolverte con sus rumores acogedores.
Aquí el mejor disco del año, aquí la vuelta discográfica de The Cure después de 16 años, aquí Robert Smith y sus hermanos de correrías ejecutando con destreza una danza oscura de canciones tristes, de temas que desde ya son parte nuestra vida, de los que les seguimos después tantos años, los que nos perdíamos con calor en "Desintegration", los que nos poníamos "Kiss me kiss me" para dibujarnos sonrisas (a veces hasta cuando no había ni ganas) en nuestros rostros jóvenes.
Y es que empezar un disco después de tanto tiempo con "Alone" es como para sobrecogerte nostalgia, para prenderte de algún recuerdo de esos que atesoras en lo más intimo de tu ser, para sacar a pasear quienes éramos, como éramos, la fuerza de la juventud que palpitaba entre ese deseo brutal de inconformismo hasta en el respirar.
16 años, parece mentira. Y van y sacan una obra maestra. Y van te hacen llorar con "And nothing is forever" que como el inicio de "Alone", nos va guiando por un camino instrumental repleto de lirismo, de jardines abandonados al azar, para que la voz de Robert teja como siempre esa telaraña donde vivimos a gusto en tiempos de frio eterno, donde el hielo puebla las condenadas miradas que parecen desear colores aun por crear.
"A fragile thing" es otra bella expresión para reafirmar la capacidad de The Cure para llevarnos a estado perfectos de conciencia del sentir. La guitarra de Reeves Gabrels y el bajo del eterno Simon Gallup acompañan al rey de los cuervos tiernos para que temas como la poderosa y aguerrida "Warsong" sean como la configuración de una danza espectral con caricias de eternidad. Y es que ya llegados a la mitad el disco, notas como si las arrugas ya perennes de la edad te dieran una tregua, esforzándose en parecerse a pequeñas olas con un alto poder reparador.
"Drone:nodrone" es casi industrial, guitarrera con teclados que son ámbar en una coctelera donde caben todas las esencias de The Cure, toda esa capacidad para hacer hits sin esfuerzo, y que da paso a otra de las gemas que tiene este portentoso disco, "I can never say goodbye", dedicada a la memoria del hermano fallecido de Robert, un canto lúgubre y melancólico, una letanía cubierta de musgo, del granito de los cementerios, de las nubes que se posan en los cipreses, como zapatillas de ballet invertidas, como rosas en un bote de formol con el rojo de la vida, de la sangre, como elementos recordatorios que el vivir consiste en eso, en no olvidar jamás a los que amamos.
En "All i ever am", es Simon Gallup quien destapa el tarro de las esencias, llevando con su batuta la sincronización perfecta, un bálsamo de post punk compuesto por movimientos perpetuos de felicidad. Felicidad al escuchar joyas ya imperecederas, al saber que la vuelta de The Cure es la mejor noticia para terminar un año.
Para terminar, "Endsong", el epílogo perfecto de estas canciones de un mundo perdido, la reflexión final, la tormenta que alimenta el alma. Dicen (ojala) que ya tiene Robert casi preparado el disco que seguirá a este. Dicen que en 2029, cuando la edad sea 70 años, The Cure se disolverá en el aire como sus canciones. No vayamos tan rápido. Disfrutemos de este maná que nos envuelve, de este brevaje que nos da tanta dicha, de estas canciones que no puedes dejar de pulsar el play, de llenarte de su magia, de su eterno papel de música para impregnarlo todo de hechizo. Nosotros, ya estamos viviendo en este universo sacro, de melodías condenadas a durar siempre. Larga vida a The Cure.
Nueve discos sacaron los japoneses, nueve trallazos de rock de ese que no tiene fecha de caducidad, garage y fundamentos de blues bruto. "Cult grass stars", el segundo de su discografía, empieza como un torbellino con "Lizard" y su componente blusero que da paso nada más empezar a la caña salvaje. Porque "Strawberry garden" es como si los Godfathers se hubieran ido a vivir a Osaka. Que maravilla.
Yusuku Chiba y sus colegas impregnaron sus discos siempre de una energía brutal, radiación expansiva que filtrea a veces también con el punk, y siempre con un sonido de esos que tienen la capacidad de electrocutar la calma.
"Cult grass stars" contiene la que para mi es la mejor canción de la carrera del grupo: "World's end (primitive version)" un batacazo de indie rock, un himno para rugir, un sol que se te clava en las esquinas de tus ojos.
"Toy" es otra estampida de rock vacilón y "Black tambourine" es como para volar entre ritmos frenéticos, goce total. Sus directos eran brutales. Como salvajes en busca de aullidos. Escuchas en el disco "I was walkin & sleepin" y te puedes imaginar los incendios que se podían vivir sobre el escenario.
Otros de los platos fuertes de este monumental trabajo es "Dallas fried chicken" y sus medios tiempos repletos de rincones para volar nostalgias. Brutal. Luego te pones "Don't sulk baby" y no puedes parar de silbar esta tonada con aire de baile trotón. Pedazo de banda que fueron Thee Michelle Gun Elephant. El cuerpo te pide cuando escuchas un disco suyo sumergirte en el bálsamo de sus canciones, todas ellas fabricadas con tnt y purpurina.
Para terminar esta agitada contienda musical, los trece minutos de "Remember Amsterdam" como constatación del nivelazo de este verdadero ejemplo de lo que es una auténtica banda de rock.
¿Qué podemos decir de un músico, Dom Mariani, que en su larga carrera ha estado en grupos como The Stems, Dm3, The Go-Stars, o este proyecto de power pop rutilante llamado The Someloves que sólo nos regaló este disco que empieza con unos de esos temas que no puedes parar de escuchar, "Melt"?
Y es que el guitarrista australiano que lleva desde mediados de los 80 trabajando sobre melodías irresistibles, siempre ha sido un fiel cultivador del ingenio, un hábil músico que tuvo la suficiente habilidad para sembrar campos con ínfulas de eternidad melódica.
Acompañado por el ex-The Lime Spider Darryl Mather, recupera lo mejor del power pop de los 80, con tonadas del tipo de "Back on side with you", con esos soberbios punteos que te hacen rejuvenecer flequillo. Vaya punto. No hay mucho sitio a disgresiones de distorsión, aquí todo se mece con calma ("Something you can't miss"), aunque siempre queda un lugar para vibrantes ritmos de esos que no se olvidan fácilmente ("Know you now").
Con "Girl soul" te deshaces cuando empieza a sonar ese motín sónico que posee y "I didn't mean that" posee todos los atributos para ser canción de un verano repleto de alegrías que no se acaban. "Forever a dream" y "I'm falling down", casi al final, son otras dos excusas para que corras veloz a completar tu discografía con los trabajos donde Dom Mariani ha aportado su saber enorme capacidad para cautivarnos.
Estaban Portishead, Massive Attack, Tricky y también Alpha. Son quizás los más reseñable dentro del trip hop, los que mejores momentos nos han ofrecido con su sonido envolvente, con sus caricias sonoras, como nos encontramos en este "Stargazing", el que fuera el tercer trabajo de la banda de Bristol.
Con la vocalista Corin Dingley a la cabeza, supieron fabricar temas de esos que eran suspiros de emoción, con una gran dosis de efectividad emocional, como nos muestran en "Lipstick from the asylum" o esa ventolera de vientos que se llama "A perfect end".
Temas con una sensualidad que apabulla ("Elvis"), donde la respiración parece aquietarse como vemos en "As far as you can". Trip hop marca de la casa que se ve enfundado en luces de neón intermitentes siempre ("Saturn in rain"), disparos de voces que calientan el corazón ("Waiting"), o música para películas de espías con todas las cartas marcadas para perder ("Silver light"). Todo suena rimbombante, especial, repleto de alhajas y lujo sonoro.
"I just wanna make you" es un torrente de terciopelo y "Vers toi" ofrece todas las oportunidades posibles para un sueño reparador. Así eran Alpha, grupo que hasta 2022 con su despedida en forma de disco, "Dust", nos rellenó los sentidos con una amplia gamas de sonidos para el recuerdo.
Hay bandas que en los 90, dado el alud de grupos y novedades que surgieron al albur de esa ola necesaria de expresión total, se quedaron relegadas a un segundo plano. Una de ellas es The Wrens, que con sólo tres discos dejaron buena muestra de su buen hacer con un montón de canciones inolvidables donde puedes atisbar todo lo bueno que había en aquella época.
"Silver" fue su primer disco, el más aguerrido, el que cuenta con temas como "Napiers" o "From his lips", donde es imposible no recordar a Pixies, vamos, que casi parecen sus hermanos pequeños. Pero esta similitud no es sorna ni imitación, es un planteamiento sonoro que funciona porque tiene un montón de motivos de frescura.
La lenta "What's a girl" es todo un himno épico para sonreír lágrimas, y "Darlin' darlin", es puro punk para bailar antojos. Como "6" y ese aire vacilón y melódico que te convence desde el minuto 1. Se ponen serios en "Leather side", para volverse algo oscuros en "Strange as family".
Los de New Jersey eran como un torbellino imparable con hits del calibre de "Ruth/learned in space" para meter en cualquier antología indie que se precie de aquellos años. Temas no muy largos, con una pegada inmediata, con unas guitarras incendiarias, ("Behold me"), donde hay pequeños remansos de paz como "Dakota" que conviven con más pinceladas pixelianas ("Adanoi").
Vaya grupo, vaya entereza, vaya manera de tensionarnos el cuerpo. De esos grupos que tenemos que recuperar sí o sí, para seguir con nuestra colección de combos imprescindibles de los 90.